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Una retrospectiva


Yacía frente a los pies de Arturo un hombre muerto. Lo miró detenida y curiosamente tratando, tal vez, de reconocer el cadáver de alguien conocido. Sin embargo sentía que esa muerte tenía alguna relación con él en algún sentido. Se acercó al cuerpo para comprobar su muerte cuando se asomó un policía y le dijo:

-Está muerto. El médico se acaba de marchar; la familia ya viene. El féretro está listo.

Profundizó la mirada.

-¿De qué murió? –Preguntó Arturo.

-Suicidio, parece… ¿Lo conocía usted?

Entonces Arturo se dio cuenta que no importaba. Estaba en el lugar equivocado en un momento inapropiado.

-En absoluto –aseguró y escapo de ahí.

Avanzó su camino hacia la izquierda, observando, como a cada paso, todo alrededor parecía envejecer. Pasó frente a una iglesia y entró. Había un matrimonio allí.

-¿Aceptas a este hombre como legítimo esposo para amarlo siempre y en cualquier situación…? –escuchó decir al sacerdote.

-Acepto –pronunció firme esa joven hermosa.

En aquél momento, Arturo sintió que ese matrimonio tenía alguna relación con él en algún otro sentido. Él era casado, así que después de un poco de nostalgia para sí que le causó tal evento, salió pensando en que ojala el casamiento tuviera éxito. Le deseaba felicidad a la pareja de novios.

Continuó caminando entre, igual que antes, el mismo paisaje avejentado. Vio un gran hospital. Salía una mujer y un hombre con un bebé entre sus cuerpos. ¡Ah! ¡Qué criaturita más bella! Su rostro semejaba una suave imagen de un ángel y sus ojos y su piel eran tan claros como el medio día en primavera. Arturo sintió que esa nueva familia tenía alguna relación con él en algún sentido. Estaba por dejar el lugar cuando el bebé, con gesto amistoso, lo miró con sus ojos azules y brillantes y le regaló una tierna sonrisa. Entonces, este hombre, que siempre había sido fiel a la niñez devolvió la simpatía y se marchó.

“Caminante, no hay camino” pensaba mientras seguía y sus encuentros con situaciones tan acogedoras continuaban. Vio, mas tarde, como un hombre perdía sus padres en un coche estrellado que estaba por llegar al hogar luego de una noche cultural. Sentía que esos padres no debían morir y dejar huérfano un joven que hasta ahora salía del cajón de la adolescencia. Pero sintió aún más que ese joven y su desdicha tenía una relación con él en algún sentido.

La visión del recién huérfano y el accidente lo puso muy sensible y quiso correr. No obstante, no cambió de rumbo y encontró una pareja de jóvenes enamorados que disfrutaban del placer del primer sexo entre las nubes del amor. Sí, estaban en una habitación; Arturo los vio en siluetas de sombras a través de las cortinas. Se excitó también pues, nuevamente, sintió que esa cita tenía una relación con él en algún sentido. ¡Qué extraño!… Extraño como creía Arturo ver la misma mujer en la boda, el hospital, y ahora.

No cambió de rumbo ni paró de caminar; no estaba cansado aún, a pesar de lo mucho recorrido.

Anocheció y en esa oscuridad salvaje percibió que había llegado a un final. Ya no tenía salida. Estaba en un punto, el cual parecía no llevar a ningún lado. Sólo una gran casa enfrente era lo que Arturo alcanzaba a ver y como provenían de ella gemidos de un recién nacido. Sonaban igual al pequeño de ojos azules de antes. ¿Por qué creía que ambos niños podían ser el mismo o muy cercanos? La misma relación que ha sentido durante todo su viaje, la sintió con este bebé y la sintió como si debiera entrar a esa casa y verlo todo.

Entonces se le ocurrió un pensamiento que, por ilógico y porque su inteligencia lo desvanecía, desechó de una vez por no tener argumentos para parecer cierto; casi irracionalmente y sin voluntad, dio media vuelta y emprendió marcha atrás.

Regresó a su casa, su hogar, su refugio. Entró a su cuarto, se acostó en su cama y acomodó el cojín bajo su cabeza.

Recordó este día y todo lo visto. Retorno a casa, sus encuentros no fueron menos sensibles: un grupo de niños se despedía de su amigo que se marchaba del país y él vio como se abrazaban y divertían sin saber que jamás se volvería a ver; una ceremonia de graduación en la Universidad donde un joven era admirablemente felicitado por profesores y compañeros; una mujer con mucho estilo que acompañaba siempre cada evento; un aparente inteligentísimo y astuto líder que manejaba con mucho poder y rectitud cierto territorio; un funeral en medio de una plaza donde cientos de ciudadanos lloraban la partida de un héroe.

Arturo tapó con su sábana blanca su cuerpo débil y pálido hasta el último pelo y recordando aquel pensamiento que había desechado en su caminar, orgullosamente resignado concluyó que no había porqué volver a vivir.

Yo creí que había notado mi presencia, pero no. Cerró sus ojos y cuando los abrió nuevamente, estaba en un mundo diferente, en el mío.


Comentarios

Julia Hernández ha dicho que…
Precioso relato amigo, de principio a fin, mantienes el interés hasta el final. Insondables los laberintos de la mente, un viaje, un recorrido muy bien descrito, con un fianl impactante.Excelente!!! Es un placer leerte siempre. Un abrazo grande.
Jacque ha dicho que…
Gracias por seguir mi blog. Já estou aqui tambem.

Beijo.

Jacque
Anónimo ha dicho que…
Amigo qué manera tan impactante tienes de volver a este espacio. No cabe duda que la mente humana es muy poderosa y nos llevas a los confines de los misterios de la vida.
Celebro tu regreso!!
Un enorme abrazo.
Taller Literario Kapasulino ha dicho que…
Waw... que final, realmente una retrospectiva, como fue viviendo todo, como el recorrido lo afecto realmente, como fue que siempre fue él.
Anónimo ha dicho que…
Muy ingenioso y bueno. Ese cierre es genial.
Te felicito.
Paula Olivieri ha dicho que…
es genial,genial, como el tipo va viendo su vida completa y como entiende al fin que ya no tiene que hacer nada aquí, me encantó!
felicitaciones
un beso
Anónimo ha dicho que…
Me fascina la pulsión sensorial de tus palabras, como crean imágenes. Resulta un delicioso placer poder leerte. Un saludo.

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